- por Gabriela Cruz del Colectivo La Palta para el Diario del Juicio
(*) Palabras de Juan Francisco Cabrera frente a los jueces.
Una
nueva etapa
Desde noviembre del año pasado a esta
parte, en la sala del Tribunal Oral Federal
de Tucumán (TOF), donde se juzgan a 41 imputados por delitos de lesa
humanidad, se ha visto y escuchado pedidos de nulidad, recusaciones a los
fiscales ad hoc por parte de la defensa oficial (compuesta por cinco defensores
ad hoc), recusaciones al Tribunal, objeciones a los testimonios programados y
un sinnúmero más de estrategias que, según estiman las querellas y la fiscalía,
son planteadas para dilatar y obstaculizar el proceso. Estos artilugios van en
desmedro de la voluntad y fuerza de los testigos. Y es que la mayoría de los
testigos son víctimas, y no todos tienen una férrea voluntad construida en la
militancia, muchos de ellos le hacen frente como saben, o como pueden al terror
que les fue infundido a base de tormentos.
Pero iniciado mayo de este año el juicio ha
parecido dar un giro más, uno que estruja el corazón. “Empezó Arsenales”, fue
el comentario de más de uno en los pasillos y las escalinatas del TOF. Si bien
ya la últimas semanas de abril algunos testimonios dieron cuenta del nexo que
unía el Centro Clandestino de Detención (CCD) Jefatura de Policía y Arsenal
Miguel de Azcuénaga, los que empezaron a escucharse desde el 3 de mayo hablan
de la contundencia de ese vínculo, y permiten acercarse a la verdad histórica
tan buscada: Dónde están, qué fue de ellos.
Liliana Vitar, quien ha sido asesora ad
honorem de la Comisión Bicameral, es una de las personas que puso el cuerpo, el
tiempo y el empeño para que este proceso de búsqueda llegue a la justicia. Su
experiencia y conocimiento, adquiridos a lo largo de estos años, dio al
Tribunal una mirada panorámica de las conclusiones obtenidas con aquella
Comisión Bicameral. Habló de los 33 CCD que funcionaron en las provincias (cifra actualmente duplicada gracias a nuevas denuncias e investigaciones) explicó cuáles eran los mecanismos de torturas y el contexto en que surgió “La
Bicameral”. Ella fue la primer testigo de esta nueva etapa y de alguna manera
anticipó lo que se escucharía a partir de entonces. “He trabajado con mucho
apoyo de las madres a quienes agradezco tanto su fuerza, su lucha, su ternura”,
dijo antes de retirarse con profunda emotividad.
Esto
fue Arsenales
Los testimonios que se escucharon y se
escucharán a lo largo de esta segunda etapa en la Megacausa tienen algunas
particularidades. Por un lado la mayoría son sobrevivientes de lo que ellos
describen como “el infierno”, de ese lugar donde las peores atrocidades
inimaginables se cometían a diario. Por otro lado muchos de ellos no declararon
antes frente un tribunal, ya que los delitos cometidos en el Arsenal, el centro
clandestino de detención y exterminio más grande del Noroeste Argentino, son
juzgados por primera vez después de 37 años. Pero además, algunos de esos
testigos sobrevivientes conocen “la trama secreta de la represión ilegal”, como
lo expresó la abogada querellante Laura Figueroa.
La primera sobreviviente del CCD Arsenal
Miguel de Azcuénaga en declarar fue NC (testigo protegida). Y como el protocolo
de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales en el marco del
terrorismo de Estado lo indica, la sala fue desalojada. El relato de NC puso de
manifiesto parte de esa trama perversa, contó que le exigían que diga su
‘nombre de guerra’ y como ella negó tenerlo decidieron apodarla ‘La Gringa’. Le
aplicaron la picana eléctrica en todas las partes de su cuerpo, en los pechos,
en la boca, en su vientre, terminó perdiendo su embarazo.
Ahí, en ese lugar donde se perdía todo,
ellos encontraban la manera de comunicarse, de decirse uno a otro quiénes eran,
de enviar mensajes a su gente “deciles a mi familia que estoy vivo”. Fue de ese
modo que tanto NC como otros testigos van aportando algún dato a los familiares
que no se conformaron con un “no están, son desaparecidos”.
Al testimonio de NC le siguió el de Celia
M. Con un pañuelito estrujado en sus manos que instintivamente levantó cuando
se le soltó, recordó emocionada quién era Julito Campopiano. Las descripciones
de los espacios coincidieron con los realizados por otros testigos, los
sobrenombres de los torturadores también: ‘Saba’, ‘El Indio’, ‘Carlitos’.
Nombres que los torturadores usaban para no ser identificados y que dan cuenta
de que todo era clandestino e ilegal.
“Por ahí livianamente se decía ‘sí, fulano
cantó o sí, entregó a los compañeros’… en esa situación de no soportar más
dolor, de perder todo lo que teníamos, ahí es cuando nos sacaban esos números… es
ahí en ese marco de destrucción del ser humano”, explicó O.P., testigo que declaró
el jueves 10 de mayo. En su relato que se extendió por más de seis horas (sin
contar las interrupciones y los cuartos intermedios), describió cómo operaba la
estructura represiva, sistematizada y pensada para la destrucción de las
voluntades humanas.
OP fue detenido en Chaco cuando trataba de
escapar hacia Paraguay en busca de preservar su vida. Fue trasladado al
Reformatorio y luego, junto a otros secuestrados (entre 20 y 40 personas
aproximadamente), fueron llevados al Arsenal Miguel de Azcuénaga. Allí vio a
muchos compañeros de militancia. Fue testigo del abuso de NC, e indicó que quienes
además de torturadores eran “vulgares violadores”, como lo dijera Susana
Chiarotti eran ‘Juanca’ y Di María. Ahí, donde la muerte parecía convertirse
en un alivio, escuchó que algunos pedían por favor que los maten y no solamente
supo cómo se mataba, sino que también vio cómo se dejaba morir. Este testigo le
puso nombres propios a algunos seudónimos, como por ejemplo: ‘El Indio’ le
decían a Marcelo Godoy (imputado que se encuentra en Ezeiza); ‘Moreno’ era Güemes; que a Varela le decían
Vargas o Naso; ‘Saba’, el de la voz aflautada, era Luis Sabadini; ‘García’ era
Benito Palomo y a López Guerrero también lo llamaban ‘Cabezón Humberto’. Dijo
que quien él conocía como ‘Juanca’, era el mismo al que se referían como
‘Benedicto’ o ‘el escribano’. Y contó que una vez le pidió al Padre Pepe, como
le decían los gendarmes, que rezase por los detenidos. Pero el sacerdote,
identificado como José Eloy Mijalchik respondió que no, porque todos iban a ir
al infierno.
Base
militar, Estado de sitio y rienda libre
Después del supuesto atentado a la
ambulancia en la que iba Toledo Pimentel, y en el marco del Operativo
Independencia, al pueblo de Santa Lucía, los derechos, le fueron arrebatados.
“En Caspinchango no se podía vivir... Teníamos miedo de todo”, dijo Juan Manuel
Quinteros en su declaración del día viernes. “Nos daban un carnet si no lo
teníamos nos detenían… No teníamos libertad a trabajar”, fueron las palabras de
René Orozco cuando hizo su declaración testimonial. Ambos fueron secuestrados y
llevados a la base militar que operaba en Santa Lucía y luego fueron
trasladados al Arsenal Miguel de
Azcuénaga. Ellos, junto a otros secuestrados del pueblo y sus alrededores vieron
y vivieron en carne propia lo que significaba ese infierno al que se conoció
como “Arsenales”. “Yo no quería comer nada... quería que me maten ya cuando me
torturaban”, fue la manera en que Hugo Bustos habló sobre su desasosiego y
dolor. “Estaba desnudo, en pleno invierno, la camisa pegada en la espalda
porque me quemaron con agua hervida”, había dicho Hugo.
La declaración de René Quinteros (padre de
Juan Manuel), llegó ante el tribunal por lectura, así también la de Enrique
Godoy. A René se lo llevaron después que a su hijo, y fue trasladado del CCD de
Santa Lucía al de Arsenal. Ellos fueron los testigos que, el día viernes 11,
pudieron contar esa parte de su propia historia, y que es clave para la
reconstrucción de “La Historia”. Trabajadores de la caña o del mismo Ingenio,
algunos de ellos sindicalistas. Todos acusados y condenados sin juicio.
Condenados por ser sospechosos. “Para la dictadura ser dirigente gremial era
peligroso”, aseguró Juan Cabrera, y con la contundencia de quien dice la verdad
afirmó: “Lo que ellos decían que era una guerra, que murieron en una guerra,
no. Nos sacaron de la cama”.
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