por Gabriela Cruz del Colectivo La Palta para el Diario del Juicio
Entre jueves 7 y viernes 8 de marzo se
completaron ya las 25 audiencias del juicio por la Megacausa Jefatura II
Arsenales II. Pasaron por el Tribunal Oral Federal (TOF) casi un centenar de
testigos. Entran, se sientan frente al tribunal y reviven los momentos más
dolorosos de sus vidas. Esos recuerdos que por años fueron adormeciéndose para
poder seguir viviendo salen, a pesar del dolor, con la esperanza de que de una
vez y por todas se haga justicia. Después de 36 años, con algunos olvidos y con
otros detalles marcados a fuego en la memoria los testigos hablan, se quiebran
y siguen adelante, pretenden nada más y nada menos que un poco de esa justicia
que, si bien llega más de tres décadas tarde, al fin llega.
Cuando se habla de la Megacausa se habla de
dos de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) más importantes de la
provincia. Jefatura de Policía y Arsenal Miguel de Azcuénaga, este último es el
Centro de Detención y Exterminio más grande del Norte Argentino. Pero cuando se
habla de Megacausa se habla también de otros CCD más que formaron parte de lo
que fue un verdadero circuito de represión y muerte. Así por ejemplo a lo largo
de estos meses se escucharon relatos sobre los traslados y torturas en lo que
fue el Ingenio Nueva Baviera, la Facultad de Educación Física (entonces
escuela), la Escuelita de Famaillá (Escuela Diego de Rojas), entre otros
lugares que entre improvisados y preparados se usaron para cometer las peores
atrocidades en contra de la vida humana.
Circuito que terminaba en muerte: Pedro Guillermo Corroto.
Durante años se dijo que los desaparecidos
de la dictadura simplemente se habían ido, incluso se llegó a decir que los
busquen en el exterior donde estaban paseando. Pero la verdad fue más
contundente que nunca cuando los restos hallados en Pozo de Vargas fueron
identificados. A esta altura saber con certeza dónde y qué hicieron con esa
persona a la que no se volvió a ver más, a la que se negó hasta el hartazgo de
alguna manera puede ayudar a cicatrizar las heridas, pero ante todo permite
reconstruir la historia. Una historia que no es de los familiares de las
víctimas, de los amigos que se quedaron de los que se sintieron comprometidos,
una historia que es de todos.
Margarita Fernandez fue una de las testigos
que el viernes 8 dio su testimonio en el TOF. Su declaración empezó contando
quién fue su compañero en la vida, Pedro Guillermo Corroto. “Él no pudo
estudiar…había mucha pobreza por el cierre de los Ingenios” dijo Margarita que
desde su historia personal muestra la realidad tucumana en la década del 70. Pedro
era panadero “siempre me daba pan para que lleve al grado porque una vez le
conté que los chicos se desmayaban de hambre en la clase”, fue la manera en que
Margarita trató de transmitir la solidaridad y el compromiso social de quien
fuera su esposo y padre de sus hijos. “Hacía muchas cosas por el pueblo,
trabajaba para que los jóvenes se integren por medio del club de fútbol y el de
vóley”.
La historia de Pedro, su secuestro, su
tortura y su muerte, contada por la sencillez de las palabras de Margarita no
solo estremeció por los detalles del horror de aquella noche, cuyas secuelas
los acompañó toda la vida, sino porque además fue el primer caso en este juicio
en que se puede ver con claridad el circuito represivo.
Aquella noche Margarita pudo identificar a
uno de los policías que participó en el operativo, tiempo después este policía
que se identificó como Hugo Ricardo Andrada le confirmó que quien había
ordenado esa detención era Marcos Urrutia. Margarita supo que entre quienes
fueron esa noche a su casa estaba el comisario
Juan Martín Almirón junto a su chofer Juan Carlos Valdés y que se
llevaron a Corroto a Jefatura de Policía. Más tarde, por sugerencia de un
bombero voluntario vecino, fue a preguntar al Ingenio Nueva Baviera si su
esposo estaba allí, pero más que una respuesta recibió una orden: “vaya a
cuidar a sus hijos ¿No tiene miedo de perderlos?”.
Los restos de Pedro Guillermo Corroto
fueron identificados el año pasado, entre los hallados en el ex Arsenal Miguel
de Azcuénaga, allí estuvieron junto al de otros detenidos desaparecidos. Los
exámenes forenses confirmaron que tenía la mandíbula quebrada y tres disparos
en su cuerpo. Ante estas pruebas no hay nada más que se pueda decir, nada que
lo pueda negar.
Las Fuerzas Armadas, que con un discurso
aberrante tomaron el poder estatal por medio de una dictadura contaron con el
apoyo de muchos sectores de la sociedad civil, con la complicidad y el silencio
de la mayor institución Argentina: la Iglesia. Pero no contaron con la fuerza
de la lucha. Una lucha que se gestó entre madres que buscaban a sus hijos, una
lucha que heredaron hijos y nietos que buscan a sus padres y abuelos, una lucha
en la que se comprometen jóvenes y grandes que solo quieren conocer la verdad.
Tampoco contaron, porque ni se lo imaginaron, con que la ciencia algún día
podía analizar restos óseos y volver irrefutable una verdad que se abre paso
por todos lados. Hoy están entre los imputados, los testimonios en cada jornada
del juicio los pone frente a la verdad de sus actos, las pruebas tiran abajo
todas sus mentiras. Un Tribunal los juzga, una sociedad los condena.
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